Para tener voz como
ciudadano, para ejercer eficazmente
mi derecho como miembro activo de esta “democracia”, tengo permitido pronunciar
una sola palabra de entre cuatro nombres.
Recibo a diario de
todos los medios de comunicación, la apremiante sugerencia que me instruye para
cumplir con mis deberes cívicos y actuar de manera responsable como buen
mexicano. Debo de marcar una cruz este primero de julio, en el cuadrito de la
boleta que corresponda al candidato de mi preferencia. Este voto será libre y secreto dicen, nadie podrá
coaccionarme para elegir. Lo pienso a fondo y un escalofrío recorre mi razón. No
sé si reír por el absurdo o llorar de la impotencia.
Mi mente juega a viajar
en el tiempo e imagina cómo será ese día. Desde la primera hora, las
televisoras y la radio, con la mesura obligada y la imparcialidad exigida
recientemente por los movimientos sociales, cubrirán sobriamente los sucesos,
los periodistas darán los datos respectivos de las encuestas de salida,
anunciarán parcamente las anomalías detectadas y compartirán sus amainadas
perspectivas. Por su parte el internet será el medio de las expresiones viscerales y de las agresiones
verbales, de la euforia colectiva, de las opiniones crudas, de los comentarios
agrios, ácidos, amargos, picantes y dulces, de los ataques, de los partidismos,
de los vítores, de los pretextos del fracaso, de la incredulidad y el
desaliento, del bombardeo de los efervescentes sentimientos, de las reacciones
y los chistes. Sólo de pensarlo me dan ganas de apagar mi celular, de no
encender la televisión ni por error, de mantenerme lejos de la radio, de la
prensa, de los medios, pero mi mente sigue divagando y sabe que tendrá un morbo
disfrazado de interés político para hacer efectivo nada de lo anterior y por el
contrario estar pegado a todos los medios que el guardián de mi tranquilidad quisiera
desaparecer para ese día.
Tomando en cuenta las
consideraciones anteriores, si aún tengo vida y salud suficiente, despertaré el
primer día del séptimo mes y en algún momento iré a votar después de bañarme y desayunar con calma, sin que me
importe la hora, sin que me importe quién vaya ganando según las encuestas nebulosas,
sin creer que le estoy haciendo un bien al país ó que estoy fomentando el
ejercicio de la ridícula
“democracia” que tenemos. Llegaré a la casilla correspondiente, haré la fila
respectiva y recibiré las boletas suficientes para votar por el gobernador de
mi Estado, el alcalde de mi Municipio, Senadores, Diputados federales y
finalmente por el Presidente de la República, quien es precisamente el que
motiva estas palabras.
Estoy ahí. Después de
los procedimientos necesarios, por fin me encuentro a solas dentro de la
mampara, con las papeletas de la lotería y la crayola del kínder que bien hace
alusión a nuestra incipiente sociedad. Primeramente voto sin reflexionar mucho
por el candidato a gobernador, que ya lo he elegido anteriormente. Por el
presidente municipal habré investigado más y sabré que hacer en el momento.
Luego tal vez me cambio de mampara y tomo las boletas de los diputados y
senadores, pero las hago a un lado al pensar en la cantidad excesiva de estos inútiles funcionarios y evoco en
automático una plaga de sucias ratas invadiendo a un indefenso pueblo de
Hamelín sin su flautista y me compadezco.
Finalmente, tomo la
boleta de los candidatos que participan para ocupar la presidencia; recuerdo
las recomendaciones, aquellas que como madres conservadoras enseñan que debo de
votar por alguno de ellos para ejercer mi derecho, pues sería contraproducente
no hacerlo ó invalidar sin más el voto, bajo la alarmada explicación de que
otros decidirán por mí el destino nacional. Veo pues la boleta e
inevitablemente repaso uno a uno el nombre de los candidatos, pienso en lo que
su victoria hipotética significaría para el país, escucho nuevamente las
exageraciones pronunciadas en campaña, sus promesas, sus discursos mal
estudiados, sus patéticos debates y su pésima preparación. Recuerdo sus rostros
maquillados y sus cuerpos disfrazados, deduzco los intereses que hay de por
medio, los acuerdos pactados, las trampas que tuvieron que tender. Enfoco y
vislumbro a los monstruosos partidos políticos que mueven los hilos por detrás,
a esas maquinarias de grotesca podredumbre controladas por decadentes operarios,
veo la incompetencia de cada uno de los candidatos, su microscópica estatura
esbozada ante los enormes problemas del país, su ignorancia, su hambre de poder.
Pretendo imaginar cómo le hicieron para llegar hasta allí pero prefiero
fracasar, mi estómago se revuelve.
Entonces pienso en la
libertad para decidir, en la voz y
voto de cada persona y reclamo la que me
corresponde, logro escaparme por un momento de la tentación y de la
hipnosis mediática. Todo es claro para mí nuevamente. No tengo una sola razón, ningún motivo, ningún convencimiento para
tachar en la boleta el nombre de alguno de los cuatro imbéciles que fueron
designados y referidos en las boletas electorales, ni para favorecer a ninguno
de los asquerosos partidos políticos que absurdamente les apadrinaron.
Si parte de la “democracia”
consiste en el derecho de cada ciudadano para elegir a sus gobernantes
libremente, entonces la diminuta voz que pronuncio y represento; se niega rotundamente a votar por
cualquiera de los histriones que aparecen en la boleta que me fue entregada y
toda la suciedad que ellos representan.
Engraparé o pegaré
una hoja en el anverso de mi boleta que contenga un texto similar al anterior,
para que el desconocido voluntario que en su momento llegue a desdoblarla;
tenga la mínima opción de leerme y pueda llegar a saber que uno de los votantes
que oficialmente anuló su voz, no cometió un error, ni quiso votar por todos
los candidatos, ni cometió una terrible imprecisión gráfica al tachar
enteramente su boleta y que tampoco lo impulsó el azar, sino que tuvo un motivo específico para emitir con todas sus
fuerzas: un grito en el espacio, que naturalmente, se ahogará y no será
escuchado, pero sí vociferado libremente.
Así que ahora es tu
responsabilidad buen voluntario electoral que por cuestiones circunstanciales y
milagrosas estás leyendo estas palabras y estás velando el derecho para votar
de cada uno de los ciudadanos, para hacer lo que esté en tus manos, para que
estas palabras puedan ser escuchadas y que no sean confundidas con el susurro
de la irreparable indiferencia.