La culpable del mal, la causa de lo perverso, de la miseria, de lo
retorcido. Donde ande aquella palabra, llevará consigo las características de
su propia definición. Es la acción y efecto de corromper, de inducir un vicio
en lo puro, de echar a perder, depravar, dañar o pudrir, es el deterioro, la
adulteración, la perturbación del orden, del estado de las cosas.
Los políticos, funcionarios, candidatos, hablan de erradicarla, como si
pudiera eso suceder, como si pudieran ellos deshacerse de sus propios vicios,
como si pudieran sacarse la sangre de sus venas y continuar viviendo. Somos seres
vivos, sufrimos de manera inevitable de la corrupción, porque nos integra, porque
forma parte de nuestra degeneración continua, porque nos rige, en lo biológico
y lo químico. Las células se corrompen, los elementos adquieren impurezas.
Es imposible deshacerse de la corrupción como si se tratara de una gripa.
La promesa de desaparecerla es artificial, porque no se trata de un elemento
que el ser humano pueda suprimir.
Las personas cometemos el error de echarle la culpa a la corrupción de
los demás cuando la tenemos en nuestro torrente. Nos gusta señalar al otro, es
más cómodo, así podemos seguir descomponiéndonos sin que nadie nos moleste. No
queremos mirarla, ni aprender a conocerla. Es una verdad incómoda, y no
aceptamos que no podemos vivir sin ella, por el contrario, la denunciamos
cuando nos conviene y la perseguimos, quizá para desviar la atención de lo que
nos corresponde asumir.
La corrupción política se refiere al mal uso del poder público para
conseguir ventajas ilegítimas. Se identifica como cualquier acto desviado, de
cualquier naturaleza, ocasionada por la acción u omisión a los deberes de quien
debía procurar la realización de ciertos fines, y que, en su lugar, los impide,
retarda o dificulta.
Según Vito
Tanzi, economista y especialista de largo currículum, “Corrupción es el incumplimiento intencionado
del principio de imparcialidad con el propósito de derivar de tal tipo de
comportamiento un beneficio personal o para personas relacionadas.”
El principio de imparcialidad se refiere
a la libertad de prejuicios, a la abstención de consideraciones subjetivas y a
la tarea de encontrar la objetividad en un asunto.
Los gobernantes, tan humanos como
nosotros, tan débiles y corruptos, pero tan cercanos al poder, están en una
prueba constante que la mayoría de nosotros reprobaría. Por supuesto que la
mayoría de ellos la reprueba también, y esto sucede porque la tentación que
viene con el cargo es mayor al nivel de compromiso alcanzado por tales personas.
Esto sin hablar de los favores adquiridos en el recorrido político que deberán ser
correspondidos.
El sistema, diseñado por la debilidad del
propio ser humano, está impregnado de corrupción. Es una broma prometer
eliminarla.
En nuestra simulación de democracia no tenemos
la opción de encontrar a las personas más aptas para administrar, para razonar,
para dirigir en beneficio común. Solo se nos encomienda la responsabilidad de
elegir a una de las tres marionetas que sonríen y danzan al son de los
titiriteros.
Al pueblo se nos vende, a un costo muy alto,
la facultad de fantasear con que un salvador llegará a cambiarlo todo, a limpiar
nuestra suciedad, a curarnos de nuestras enfermedades. Campaña tras campaña
llega un nuevo redentor a hablarnos del paraíso, pero se esfuma justo en el
momento que el personaje electo toma el cargo. Entonces, se nos da la
oportunidad de echarle la culpa a este personaje impío, por toda la inmundicia
que somos y arrojamos.
Este nuevo funcionario tendrá la potestad
de decidir, entre ejercer el poder en su propio beneficio o intentar hacer su
deber. A diario dará un paseo entre las arcas llenas, a sabiendas que, con las
acrobacias necesarias tendrá la oportunidad de desviar los recursos para beneficiarse y corresponder a sus benefactores. Día con día se enfrentará a la
prueba, y más de alguna vez, tengámoslo por seguro, fallará, como nosotros
fallamos en las más pequeñas tareas.
Quien esté libre de corrupción que presente
la primera denuncia. Quien nunca haya recibido un solo peso sin haberlo
declarado, quien nunca haya copiado una respuesta en un examen, quien nunca se
haya pasado un semáforo en rojo, quien nunca se haya quedado con el cambio, quien
nunca haya hecho trampa en un juego, quien nunca le haya mentido a su madre, quien
nunca haya comprado la ceguera del vigilante, quien nunca haya roto una
promesa, quien nunca haya consumido un producto de manera ilegal, esa persona
divina, pura y santa, libre de corrupción, que nos señale, y que nos persiga
como ángel justiciero si es que tiene tales intenciones, tal vez tenga razón de
eliminarnos, o tal vez sabrá perdonarnos y enseñarnos el camino correcto.
Nadie es perfecto, ni puro, ni inmortal,
y por lo tanto nadie está libre de corrupción. La corrupción no se puede
erradicar. Las personas envejecen, van perdiendo la capacidad, mueren, los cadáveres
se descomponen, lo que alguna vez fue bello y radiante, termina siendo
desperdicio de gusano. Incluso el sol se apagará e intentará absorber todo lo
que en su tiempo permitió. Pero solo para dar paso a lo siguiente.
Si hay algún inocente, algún alma pura,
por ahí rondando, le propongo que siga irradiando su luz al resto de mortales, y
que no se contamine haciendo tratos con nosotros porque podría ensuciarse. Pero
si su aislamiento le fallara y la ingenuidad perdiera, le aviso a ese ángel
caído, y a todos los demás infectos que conforman nuestra sociedad, disimulados
o no, que hay una alternativa: a pesar de la inevitable corrupción, existe la
manera de comunicarnos, de trazar un buen plan y hacer lo necesario para organizarnos,
para limpiar nuestra propia putrefacción, y de este modo, no tengamos que vivir
en ella, ni limpiar la de los demás.
Para encontrar una solución hemos de
identificar cuál es el problema. El problema no es de corrupción, considero que
es de perspectivas, de comunicación y de disposición. Tenemos que identificar
qué tenemos en común, de qué carecemos, qué necesitamos, qué idealizamos, qué
estamos dispuestos a dar.
Si nuestras diferencias nos hacen
dividirnos, necesitamos un plan que permita la separación en armonía. Si nuestras
similitudes nos hacen unirnos, necesitamos un plan que no se trace con engaños.
Si nuestra ignorancia nos permite crecer, necesitamos un plan para educarnos. Necesitamos
gente dispuesta a esforzarse. A ningún lugar nos llevará la comodidad perpetua.
Ese plan deberá prevernos como lo que somos en nuestras horas más oscuras, y a
pesar de ello funcionar, al punto de que cualquier persona pueda corroborar su
bienestar.
Ese plan deberá aterrizarse en un sistema útil, ad hoc con nuestros
medios actuales, no en uno caduco como el que nos controla hoy en día, planteado con premisas de hace más de dos mil quinientos años de antiguedad, cuando las
personas de aquella época tenían otros valores y estaban inmersos en un contexto diferente.
Aunque no lo aceptemos, aún los más opuestos tenemos intereses
colectivos. Necesitamos comer, tener un lugar dónde dormir, un espacio propio,
acceso a salud, un ambiente digno y la posibilidad de ser. Es lo que demanda
nuestra humanidad, no es tan complicado. Algunos querrán viajar, otros
practicar algún deporte. Algunos querrán estudiar los fenómenos que nos rodean,
otros querrán hacer negocios o formar una familia.
A pesar de que todos tengamos nuestras verdades, a nadie nos consta
quienes somos en el fondo, pero somos muy parecidos. Sabemos que nos gusta el
placer y lo queremos experimentar. Sabemos que nos desagradan las angustias y
las queremos evitar. Sabemos que las enfermedades son indeseables, y las
queremos tener lejos.
Necesitamos comunicarnos primero, inventarnos un espacio óptimo para el
intercambio de ideas sensatas. Una vez que tengamos bien claro cuál es nuestro
objetivo en común. Trabajaremos por él sin culparnos, sin rendirnos, sin mirar
por encima del hombro, sin buscar responsables, sin querer perjudicarnos,
respetándonos, a pesar de saber que estamos condenados a lo mismo. Conscientes
que además de lo perverso, también nos une lo virtuoso. Si en algún momento la
corrupción intenta poseernos, tengamos en cuenta que también son nuestras las
horas de integridad, y que en ellas podremos limpiar lo que ensuciamos, e
inclusive mejorarlo, corregir el rumbo, intentarlo otra vez y mucho mejor.
Ahora bien, de nuevo se acerca el momento en que el voto de los
ciudadanos será contado. ¿Qué vemos en México y en su política? Lo mismo que
hay entre nosotros: corrupción, desacreditaciones y señalamientos, como si los
participantes, e incluso nosotros, fuéramos esas personas castas y puras, que
tienen derecho de hacer acusaciones.
Deberíamos estar ocupados en desarrollar ese plan que se necesita para
sacar adelante al país (mundo), a pesar de la corrupción, aceptándola como nuestra.
El avión va en picada. Por dentro, se pierde la fe, se descompone la
estructura social, brotan tumores cancerígenos de rencor y odio, nos dividimos,
nos culpamos, somos el efecto y la causa de no estar volando alto, porque
queremos hacer un juicio sobre los que creemos responsables, antes de corregir
el rumbo.
Primero lo urgente. Lo urgente es comunicarnos, ponernos de acuerdo,
establecer los medios para escucharnos y hablar, de tal manera que podamos
intercambiar nuestros planteamientos, sugerencias y soluciones, de manera
directa, entre nosotros mismos. Entre nosotros y el ente administrativo, no
mediante representantes inciertos que no sabemos a quién representan (sí
sabemos, no representan a la sociedad).
Tenemos los avances. Tenemos los recursos. Tenemos la capacidad. Tenemos
la tierra, el mar, el clima. Tenemos la flora y la fauna, la belleza. Tenemos
el entusiasmo. Tenemos la libertad. Considero que lo urgente es levantar el
avión, independientemente de quién haya sido el responsable de que vaya en
picada ahora, todos estamos cayendo y todos saldremos perjudicados si no evitamos
nuestra terquedad.
Votemos por quién sea, anulemos nuestro voto, usemos la boleta para limpiarle la caca al perro, da igual, de cualquier manera, la simulación de la
democracia no dejará de ser simulación, si nosotros no hacemos algo diferente y
no dejamos de echar culpas y no hacemos algo por limpiar nuestros propios desperdicios.
En su momento, creo que todo el pueblo mexicano estuvo de acuerdo en que
debimos hacer renunciar a Peña ante su imposibilidad de gobernar decentemente. Era
nuestra responsabilidad como sociedad, nuestro deber con nosotros mismos, pero
no lo hicimos, no por miedo, sino porque no tuvimos un buen plan. Tengamos un
plan. ¿Qué vamos a hacer si aquel que gana nos decepciona? ¿Qué vamos a hacer
para que haya un representante que no esté pensando en la derecha, ni la
izquierda, sino que se centre a la realidad?, ¿Qué vamos a hacer si el burdel
legislativo sigue creando leyes que cada vez expriman más al pueblo? ¿Qué vamos
a hacer si los juzgadores no encuentran la manera de ser imparciales? ¿Qué
vamos a hacer para dejarnos de echar la culpa? Les propongo hacer un plan.